miércoles, 18 de diciembre de 2013

Maestros, feliz Navidad



Andaba yo con ganas de escribir algo sobre mis clientes y esta mañana, al salir del coche, me han abordado para darme la justificación perfecta y brindarme el momento oportuno para hacerlo. Cuando solo asomaba un pie fuera de mi Seat Ibiza, una voz llamaba mi atención y agitaba en el aire un sobrecillo. Era Natalia, alumna de 4º de Educación Primaria que, tocada con un sombrero navideño, se me acercó en compañía de Marcos y de Lorena para darme una tarjeta de felicitación. En ella me deseaban felices fiestas y me pedían un examen fácil para enero. Lo del examen, no lo sé. Pero la Navidad empieza a ser feliz para mí con detalles como este.

Llevo seis años dando clase en la Universidad de Extremadura. Unas veces a trompicones, con créditos sueltos en mi época de becario. Otras, como los dos últi

mos cursos, con una carga más que abundante de horas de docencia. He pasado por cinco Facultades, por dos Campus (Cáceres y Badajoz) y por siete titulaciones, incluyendo Veterinaria o Ingeniería de Materiales. Ahora desarrollo mi labor en el Grado en Educación Primaria. Cuando me preguntan digo que doy clase en Magisterio. Que estoy con los futuros maestros.

Es pronto para hacer balance, porque no llega a los dos cursos el tiempo que he tenido para conocer al alumnado de este centro. Sin duda son diferentes a todos con los que me he cruzado antes. Para empezar, son muchos más. Frente a clases comedidas de diez o quince estudiantes, aquí en Educación tenemos clases de ochenta alumnos. Y tenemos, por cada titulación, hasta cuatro grupos de trabajo. Cuando daba clase en Ingeniería Química eran seis los alumnos que se sentaban delante de mí. Hoy no bajan de cuarenta por grupo.

Acabamos el cuatrimestre y me da tiempo a adelantar algunos de los aspectos que descubro en estos chicos y chicas que no he visto en ningún otro sitio. Quizá por falta de tiempo o de convivencia, pero es mi experiencia y aquí la traigo.

Los alumnos de la Facultad de Educación son creativos y originales. Estas dos cualidades brillan en cada actuación que tienen en clase. En la presentación de trabajos académicos, en la relación con los profesores o en las actividades que desarrollan dentro de la facultad. Creativos y originales, fuertemente influenciados por la vocación de hacer cosas que sirvan a los niños y niñas para los que estudian, aquellos que estarán en un futuro recibiendo su buen hacer. Son de una creatividad imaginativa, sorprendente, muchas veces subyugante en un ámbito habitualmente anquilosado  como es el espacio universitario. Agradezco las ocurrencias y la mirada amplia de los alumnos, que me preguntan sin reparo si tal o cual cosa es posible, si se puede hacer el trabajo desde tal punto de vista. Agradezco su audacia a la hora de grabar vídeos didácticos, de dramatizar, de indagar o de preguntarse con insistencia sobre su futura labor docente. ¿Esto cómo lo haríamos con niños de ocho años? ¿Cómo atendemos a niños con discapacidad en esta materia? Este enfoque recurrente hacia el ejercicio profesional dice mucho de su vocación, de su visión horizontal (es decir, hacia el horizonte), de su autenticidad como maestros en ciernes y de sus expectativas de poner en práctica lo que saben y van aprendiendo.

Son chicos y chicas que no pierden la esperanza, a pesar de un sombrío panorama laboral. Son activos y participativos en lo que se les propone. Representan un cuadro realista de la juventud actual, con sus fallos y con sus defectos, pero sobre todo con unas virtudes propias de la ilusión de una edad en la que todo es posible. Y en la que, modestamente, me encuentro y comparto.

Existe una opinión generalizada que menoscaba la formación de los maestros. Esto se debe sin duda a que todo el mundo sabe de educación. Yo, desde dentro, lo que veo es que son muy pocas las titulaciones en las que los alumnos pasan un cuarto de su periodo de formación en el lugar de su ejercicio profesional, en este caso la Escuela Primaria. Ojalá todos los estudiantes de la Universidad de Extremadura invirtiesen un curso completo en prácticas de empresa. También veo que el profesorado de la Facultad de Educación está compuesto por profesionales en ejercicio de la labor docente, es decir, son profesores que forman a profesores. El cien por cien de los docentes enseña lo que hacen, mejor o peor. Ojalá la mayoría de los profesores de la Universidad de Extremadura ejerciesen la labor que enseñan.

Los alumnos de Magisterio tienen a su alcance una motivación superior para su estudio: el amor a los niños y niñas y el compromiso con su formación. El desafío de acompañar procesos de maduración personal, de ver crecer personas y de ser parte importante de este milagro que sucede en la escuela. Quizá por eso me encuentro con que no dejan de mirar hacia afuera, con una inquietud que supera todos los obstáculos, porque la vocación del maestro, la pasión por enseñar, les come por dentro.

Por eso hoy que me felicitan la Navidad, no tengo otra cosa que darles más que mi respeto y mi admiración por lo que son ahora  y por lo que llegarán a ser. Porque serán los que enseñen a mi hijo el día y la noche, las esdrújulas y las restas llevando. Serán los que le consuelen cuando llore y los que se alegrarán conmigo con sus progresos. Sus rostros y sus nombres acompañarán a Pablo durante toda su vida. Y espero que nunca pierdan ni su originalidad, ni su creatividad, ni su imaginación ni su autenticidad para ser maestros y maestras del mañana. 

Les deseo una vocación perpetua. Feliz Navidad, maestros.

domingo, 1 de diciembre de 2013

Un mundo para envejecer



Lo cotidiano es sorprendente y maravilloso. Me convenzo cada día de que degustar lo ordinario es una de las razones fundamentales de que la vida merezca la pena. Hace unos días estuvimos en una casa rural con nuestros amigos de siempre, esos que te acompañan desde que eras otro: niño, adolescente, joven, cada vez menos joven… Subí a la habitación para dormir a Pablo y allí, en la penumbra, con mi hijo relajado y ligero (parece mentira lo poco que pesa cuando sueña) decidí quedarme en la cama. Abajo, en el salón, los amigos jugaban y se divertían. Yo no los vi hasta el desayuno siguiente.

En la calma de estar tranquilos, en la confianza de quienes se conocen y tienen recorrido común, hemos fundamentado un modo de relación basada en algo que tiene que ver con la historia, con las opciones, con el conocernos y aceptarnos, integrados en una comunidad donde fluyen sentimientos antiguos. Es un espacio sencillo, compartimos risas y vida, haciéndonos cercanos y prójimos, conscientes de que amigos de siempre es un concepto difícil y escurridizo, pero valioso. Porque siempre es mucho tiempo.

Les recuerdo permanentemente en momentos cruciales de mi vida. No hacen mucho ruido, están siempre en un rincón modesto, familiar. Los veo acompañando respetuosamente los duelos, iluminando las alegrías y con el gesto serio y atento cuando hablamos del futuro. Cuando pienso en ellos recorro los recodos de la historia común, me cuesta no enumerar las veces en que las dificultades nos reúnen, las veces en que la celebración nos congrega. Me cuesta mucho no contar, por ejemplo, que estuvimos juntos cuando echaron a andar los proyectos de pareja que hoy son firmes soportes de la existencia de cada uno. No contar las aventuras abriéndonos paso en los trabajos, los estudios, las decisiones adultas. Me cuesta mucho no contar que no hay un solo quiebro en mi vida en el que me haya sentido solo, sin ellos.

Hoy acogen a Pablo con alegría, a pesar de que los ritmos de un niño difícilmente casan con los de jóvenes adultos. Cambiamos cines por cenas, calles por casas, copas por meriendas y noches por días. Cambian todo eso para que nosotros cambiemos pañales con ellos. Cambian sus hábitos con gozo porque no se imaginan una estación en el camino, sino que el tren reduce velocidad para que nadie se escape.
A Angelines y a mí muchas veces nos resulta difícil entender, en la brega diaria, el profundo vínculo que favorece, facilita y propicia esa cadencia de los días en los que estamos todos juntos, a pesar de inconvenientes e incomodidades. Opciones que superan la mera diversión y que en tantas ocasiones quedan ocultas.

Hoy les descubro como parte de mi mundo más íntimo, al que pertenezco. El mundo que quiero presentar a Pablo: emociones, sentimientos, afectos, encuentros y lazos. 
  
Y también les descubro como el mundo en el que quiero envejecer.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Habitación abierta



Para David y Teye, celebrando compartidamente la llegada de Diego.


El nacer de un hijo es como arreglar una estancia.
Pones papel nuevo en las paredes
Llenas poco a poco de muebles bonitos
el espacio vacío y limpio, marcado de miradas.

Comprobar el balanceo
Y el correr y descorrer de las cortinas.
Mullida la cuna y la cama,
la luz exacta, la temperatura precisa.

Y la ropa dispuesta en cajones.

El nacer de un hijo es descubrir la habitación vacía
y hacerla viva y expectante.
Abierta a la vida que llega
y acogedora de nuevos y viejos
-aunque hoy también nuevos-

Esta pieza cercada de la casa
que antes no estaba abierta y hoy rebosa calor.
Esa estancia que siempre languidecía, llena de trastos inútiles:
Plancha, herramientas, viejos fantasmas…
Y hoy es la clave central de un corazón que late nuevo, después de los años.

Y descubres que el nacer de un hijo es habilitar un trozo de entraña.

Usarlo para querer, usarlo noche y día. Habitarlo porque está habitado.

Esa estancia de papel pintado, más adentro,
sitio donde hoy vives más alegre.

El nacer de un hijo es rehabilitar el corazón.
y rehabitarlo,
siendo de otro,
 descubrir
el sentido verdadero
del amor propio.

Foto: David Sánchez Calzada. El niño en brazos es Pablo, nuestro hijo, con apenas dos meses.

viernes, 25 de octubre de 2013

Maestros de Paco



Hace algunos años comenzamos la tradición de los regalos navideños también en casa de la familia de Angelines, mi mujer. Hasta entonces, yo me sentía remiso a extender esta costumbre a la familia más política, más allá de su madre, su abuela insistía en participar en los dames y dates de principios de año. Me decían que siempre fui difícil de regalar, cosa rara, ya que me gustan tanto tantas cosas que mi lista de aficiones se puede incrementar fácilmente con una buena venta del producto. La cuestión es que me preguntaron por mis deseos y yo pedí la película de Mario Camus Los santos inocentes.

Este año, con la muerte de Alfredo Landa, se puso muy de moda hablar de Paco el Bajo, el personaje sumiso, agachado, con la expresión de quien anda perdido por la vida, mirando una boya flotante en medio de la nada. El señorito como única referencia, por incapacidad y por carencia de lo más básico, a Paco el Bajo le falta sobre todo la dignidad de sí. Paco se sitúa en el mundo dando todo y no recibiendo nada, no tanto por bondad ni por opción, sino porque no le queda más remedio. Las escenas de la caza, el olfateo, la fractura de la pierna, dicen de un modo de vivir bajo, reptante. Y el personaje de Juan Diego, en su papel de opresor insano, insensible, educado en la falta de com-pasión, que se ocupa de adiestrar a su sirviente para perpetuar la baja condición servil. Un adiestramiento con golpes que consolidan la indefensión aprendida de las castas últimas.

Esta entrada va de eso, de los que hoy enseñan a ser Pacos invisibles en la sociedad. En dos ocasiones he asistido en silencio a estas particulares clases de resignación, sutiles hasta para los maestros. 

La primera sucedió en un aparcamiento. Un gorrilla dirigía el tráfico y ordenaba los coches, avisaba cuando quedaban puestos libres y guiaba a los que estacionaban en ángulos cada vez más estrechos. En éstas un hombre con traje sale de su BMW y mira atónito el rozón que le han hecho en el parachoques. Imposible digerir la frustración de la mancha. El señor encorbatado comparte su estado de contrariedad relatando al gorrilla que, para hacer evidente su implicación en el asunto, se agacha una y otra vez para apreciar el saltado de la pintura y los desperfectos. El traje y la corbata siguen gritando y quejándose, maldiciendo su mala suerte. Lo malas que son las personas, que rozan los coches de otros sin dejar siquiera una nota de disculpa. Mala gente. El gorrilla asiente con la cabeza y dice que no hay derecho, que esas cosas no se tenían que consentir. Yo observo el cuadro hasta que corbata, traje, chaqueta y hombre se meten de nuevo en el coche, ya más relajado. Sigue las indicaciones del gorrila para salir conduciendo marcha atrás, y le miro mientras el otro sigue su labor, manos arriba y abajo, con la esperanza de unas pocas monedas. Sé que es rumano, porque he hablado alguna vez con él. Y pienso que el coche del rozón seguro que duerme mejor que él esta noche, para evitar males mayores.

La segunda sesión de adoctrinamiento la presencié en un supermercado. Una mujer de aspecto sucio, que arrastra habitualmente un carrito de la compra por los pisos del centro de Badajoz mendigando comida o dinero (lo que más convenga), había entrado a intentar comprar carne. El dependiente le preguntaba el pedido y ella solicitaba pesos. 

- Péseme ese trozo de ternera.
-2,30 euros.
-No, no me llega. Mejor un cacho de costillar.
-0,95.
-Sí, para eso tengo. No tiene cuenta venir aquí. Mejor voy otro día al almacén de carne. – citaba una tienda de grandes consumidores, con precios sensiblemente más bajos -
- Ya, pero no es lo mismo – le dice el dependiente.
- Pues carne es, ¿no?
- No es lo mismo
- De cerdo, ¿no? La misma carne.
- Para vosotros es siempre carne, pero yo te digo que no es lo mismo.

Despachó el trozo de costillar que no llegaba al euro, y me atendió llamándome de usted, a pesar de que me sacaba más de diez años y la mujer, al menos aparentemente, era mucho mayor que ambos. Yo pedí lo que quería, y me fui, meditando en silencio el vosotros que pronunció el tendero. Un vosotros cruel, porque ¿quiénes son vosotros? ¿vosotros los sucios? ¿vosotros los clientes? ¿vosotros los pobres? Me quedaba con la última opción. Vosotros, los pobres.

En la rueda social, seguimos adoptando los roles que nos tocan. Unos de maestros, otros de alumnos. Y pedimos que los maestros enseñen y los alumnos aprendan. Y que cada uno sepa cuál es su papel en el mundo. Unos se quejan de los roces de la vida, otros se agachan, observan desde abajo y asienten. Vosotros, los pobres, que creéis que todo es igual, con tal de tener la boca llena. Vosotros, que no sabéis casi nada de casi nada.

Y lo que más miedo me da es la ignorancia de los maestros, que no saben que lo son. Y me pregunto si alguna vez habré enseñado a alguien a ser Paco, porque significa ser cómplice de la pérdida de dignidad. Eso es más terrible que ser causa de injusticia. Y dudo que se pueda perdonar fácilmente.

Al menos a mí me costaría bastante.